lunes, 14 de junio de 2010

GILBERT KEITH CHESTERTON: EL ÁRBOL DE LOS DÉBILES


Gilbert Keith Chesterton
Nació en Londres en 1874 y murió en 1936. Cultivó el ensayo, la ficción, la poesía y el periodismo. Su personaje más famoso es el sacerdote-detective Padre Brown. Sus fábulas y relartos más breves fueron reunidos en el libro titulado Daylight and nightmare, del que proviene el texto publicado aquí.
El árbol de los débiles
Si bajan a la Costa de Berbería, donde se estrecha la última cuña de los bosques entre el desierto y el ancho mar sin mareas, oirán una curiosa leyenda sobre un santo de los siglos oscuros. Allí, en el límite crepuscular del continente, perduran los siglos oscuros. Sólo una vez he visitado esa costa; y aun cuando está enfrente de la tranquila ciudad italiana donde he vivido muchos años, la insensatez de la leyenda casi no me ha asombrado, comparada con la selva en la que retumbaban los leones o con el profundo desierto rojo. Dicen que el ermitaño Securis, que vivía en el bosque, llegó a querer a los árboles como si fueran amigos; pues, aunque parecían gigantes de muchos brazos, eran seres muy mansos e inocentes, no devoraban como devoran los leones, y abrían sus brazos a las aves. Securis rogó que soltaran de tiempo en tiempo a los árboles, para que anduvieran como las otras criaturas. Los árboles caminaron con las plegarias de Securis, como antes había ocurrido con el canto de Orfeo. Los hombres del desierto se espantaban al ver, a lo lejos, el andar del monje con sus alumnos. Los árboles gozaban de una libertad bajo estricta vigilancia; tenían que regresar apenas sonaba la campana del ermitaño y sólo podían imitar de los animales el movimiento, no la voracidad o la destrucción. Sin embargo, uno de los árboles oyó una voz que no era la del monje; en la verde penumbra calurosa de una tarde algo se había posado y le hablaba, algo que tenía la forma de un pájaro y que otra vez, en otra soledad, había tenido la forma de una serpiente. La voz apagó el susurro de las hojas. El árbol sintió un gran deseo de apresar a los pájaros inocentes y de desplazarlos. Al fin, la voz tentadora lo obnubiló con los pájarosdel orgullo, con la pompa estelar de los pavos reales. El espíritu de la bestia venció al espíritu del árbol, y este desgarró y devoró a los pájaros azules. Después volvió a la tranquila tribu de los árboles. Cuentan, no obstante, que al llegar la primavera todos los árboles dieron hojas, todos salvo este que dio plumas estrelladas y azules. Y por esa monstruosa asimilación, el pecado se reveló.

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